Crónicas de un director pedagógico: capítulo 3
Este artículo forma parte de las «Crónicas de un director pedagógico» y, lejos de presentar todas las novedades en el ámbito formativo-tecnológico como si de un cajón de sastre se tratase, refleja una opinión personal y general sobre la cuestión de la innovación pedagógica. Su carácter subjetivo se da por sentado.
«Innovación» es la palabra mágica actualmente en boca de todas las empresas. Ya no basta con cumplir ofreciendo un buen trabajo o con ser eficaces. Ahora hay que diferenciarse, destacar respecto a la competencia y ser «disruptivos» (pese al escepticismo que pueda causarnos el término).
Por supuesto, la formación no escapa a esta tendencia.
La propia idea de innovación en el ámbito de la formación despierta entusiasmo y, a la vez, dispara la imaginación. En los últimos años, los avances tecnológicos han dado pie a discursos grandilocuentes (a veces idealistas y, a menudo, tendenciosos) que anticipaban una ruptura en la forma misma en que concebimos el aprendizaje. Sin embargo, con un poco de perspectiva, es justo reconocer que las prácticas calificadas de «innovadoras» parten, fundamentalmente, de principios de sobra conocidos.
La ilusión de la innovación pedagógica
Muchas de las prácticas que se han popularizado en los últimos años están llamadas a revolucionar la relación que mantenemos con la pedagogía: aulas invertidas, aprendizaje adaptativo, inteligencia artificial aplicada a la formación o realidad virtual. Pese a que, sobre el papel, son estrategias modernas, se apoyan en principios adscritos a una tradición pedagógica que no es precisamente nueva.
El ejemplo del aula invertida es bastante significativo, ya que parte de una idea supuestamente rompedora: sacar la asimilación de conocimientos del horario lectivo para dedicar dicho periodo a actividades interactivas. Sin embargo, ya en el siglo XVIII, Johann Heinrich Pestalozzi insistió en la relevancia del trabajo práctico y en la asunción de responsabilidades por parte de los estudiantes.
Igualmente, las herramientas digitales, que prometen la personalización de los itinerarios formativos, no son más que una extensión de las propuestas de Maria Montessori ou Célestin Freinet, que ya apostaban por una enseñanza activa e individualizada. El valor de las nuevas tecnologías radica, sobre todo, en la flexibilidad con la que permiten modular el alcance de un contenido y en que transforman nuestra relación con el tiempo.
Nada nuevo bajo el sol
Los pilares de la pedagogía, como la interactividad, el aprendizaje a partir de errores, la repetición o la aplicación práctica, han perdurado a lo largo de la historia. Ciertas ideas estaban ya presentes en el pensamiento de Sócrates, que utilizaba la maïeutique para inculcar en sus discípulos el pensamiento crítico. Mucho después, en el siglo XVII, Comenio enfatizó que la enseñanza debía ser atractiva y adaptarse a la edad del estudiante.
Aunque es evidente que han ido apareciendo nuevos formatos, desde el libro (que democratizó progresivamente el acceso a la información) a la tableta táctil (que trasciende los límites del soporte físico), los fundamentos del aprendizaje no han cambiado ni un ápice. Lo que evoluciona son, más bien, los medios técnicos y las condiciones sociales en las que dicho aprendizaje se produce. En Francia, por ejemplo, se pasó de una educación solo accesible para una élite a su generalización durante el siglo XIX, con los inevitables cambios de enfoque que esto provocó.
Una evolución principalmente tecnológica
En los últimos años, el concepto de innovación lo han abanderado un conjunto de tecnologías que, poco a poco, están alcanzando la madurez: aplicaciones de videoconferencia con funciones avanzadas, blockchain, realidad virtual, realidad aumentada y, por supuesto, la omnipresente IA. Y, si bien es cierto que los milagros no existen, algunas de estas herramientas son realmente sorprendentes y sus efectos, muy reales:
- Un futuro cirujano puede ensayar intervenciones quirúrgicas en entornos simulados gracias a un casco de realidad virtual.
- Un formador puede dinamizar un aula virtual, crear varios grupos de trabajo y organizar y gestionar los trabajos de los alumnos mediante herramientas colaborativas.
- El aprendizaje adaptativo impulsado por IA permite personalizar en tiempo real el itinerario formativo, aunque este es un recurso aún en fase incipiente.
La auténtica innovación, en definitiva, no se basa en crear nuevos principios pedagógicos, sino en aplicar eficazmente los avances tecnológicos y los descubrimientos que se dan en ciencia cognitiva. En otras palabras: más que la innovación pedagógica como tal, existe una innovación tecnológica que se pone al servicio de la pedagogía.
La innovación: una cuestión de actitud
Por encima de todos estos matices semánticos, y si tomamos la organización como unidad, la innovación es un concepto relativo que a veces implica simplemente romper con lo que siempre se ha hecho. Para algunos organismos formadores, la digitalización de su oferta es una revolución en sí misma, mientras que, desde una perspectiva de mercado, esta tendencia está ampliamente consolidada.
La innovación puede ir también ligada a un contexto, un sector o un público en concreto. La renovación de todas las modalidades pedagógicas de la organización y la creación de un itinerario híbrido para personas con discapacidad son un buen ejemplo de ello.
Por último, cabe destacar que la innovación no requiere necesariamente grandes recursos ni una enorme inversión financiera. La innovación frugal consiste, por ejemplo, en responder a una necesidad con la máxima eficacia valiéndonos de soluciones simples y movilizando la menor cantidad posible de medios. Imaginemos que nuestro objetivo es aumentar nuestra presencia en el mercado B2B. En lugar de proponer a RR. HH. un itinerario formativo cerrado en gestión de proyectos, podemos concebir nuestra oferta como un conjunto de bloques que permitan confeccionar itinerarios personalizados en función del nivel de conocimiento técnico de cada trabajador.
A modo de resumen, el de «innovación» sigue siendo un concepto muy interpretable sobre el que podríamos debatir durante horas y que otras personas sabrán definir mejor que yo. Lo importante es, a mi juicio, respetar ciertos principios básicos: escuchar a nuestro público objetivo, poder cuestionarnos nuestros propios métodos y experimentar. Y es que para innovar hay que actuar.

